ANÉCDOTA EN LA ESTACIÓN DE LAS NORIAS

Son las 9:30 de un día de enero.
Estoy en la cafetería de la estación de Ávila y mientras saboreo un café con leche, acompañado de sus correspondientes bollos; por la ventana observo un gélido paisaje; el termómetro de mobiliario urbano marca siete bajo cero.
¡Se hielan las palabras!
Hoy he decidido hacer el viaje a Valladolid en tren, y así romper la monotonía de viajar siempre por carretera, a parte de que me encante viajar por el “camino de hierro”, el que me trae bonitos y lejanos recuerdos.

Han comunicado que hay dos horas de retraso debido a unas incidencias surgidas en la estación del Escorial.
Para paliar el tedio que supone tan larga espera, cojo unas servilletas de papel y empiezo a garabatear, sin tener pensado previamente ningún tema: “salga lo que salga”.
Tal vez influido por el ambiente ferroviario que me rodea, me viene al recuerdo una anécdota que me contó D. Paco Parra, jefe de la estación de Las Norias, cuando yo era un niño, pero que me hizo mucha gracia y la que aun recuerdo con mucha nitidez:

Me contaba que allá por el año 1939 una mañana de septiembre se presentó en la estación un individuo de unos cuarenta años, de estatura más bien baja, regordete de cara ancha y “coloraica”, con incipiente barba negra, cejas espesas y juntas, pantalón negro de pana, boina bien encasquetada del mismo color, alpargatas “valencianas” y alforja cruzada en el pecho como equipaje; tartamudeando al hablar, no por defecto sino por la inseguridad que le producía la falta de costumbre de dialogar con personas ajenas a su entorno.
Manifestó su deseo de trasladarse a Alicante, donde un asunto de índole familiar, relacionado con una herencia, le había obligado a ir a dicha ciudad; decisión que le había costado mucho trabajo tomar, ya que él casi nunca había salido de lugar de su nacimiento.

No estoy seguro, pero creo que era del “Cabezo de la jara”.
La única experiencia de viaje que tenía era la de haber ido en un par de ocasiones a Lorca.
Sacó su correspondiente billete y se dispuso a esperar la llegada del tren, observándosele en todo momento en una actitud nerviosa y en estado fuerte de inquietud y preocupación.
Tras las “Lomas de las Menas” empezó a mostrarse una nubecilla de humo oscuro producido por la maquinadle “correo” que se acercaba a la estación y momentos después, con estrépito, cruzó el puente de hierro sobre la rambla, silbando agudamente para avisar de su inmediata llegada.

Una vez estacionado aguardó los tres minutos de parada reglamentaria;
algunos viajeros subieron y descendieron del convoy.
El jefe de estación dio los campanazos de rigor y elevando su plegado banderín rojo, hizo sonar el silbato, dando salida al tren estacionado, el que emprendió su lenta pero inapelable marcha.
En ese momento, nuestro viajero, es decir, el tío de la boina encasquetada, salió del retrete instalado en las proximidades del edificio central, con su pantalón de pana a medio poner, con resto de excremento y un olor inaguantable mostrando sus pudendas, mientras su rostro se bañaba de sudor abundante; dando la imagen más rocambolesca y ridícula que uno se pueda imaginar.
Confesó que la llegada del tren lo había asustado, pues era la primera vez que veía tan gigantesco artefacto y que se le descompuso el cuerpo y se había visto en la perentoria necesidad de ir a las letrinas.

Como el tren lo había perdido y él se había quedado en tierra; Pedro Carrasco, cartero de Las Norias, le ofreció generosamente, que aquella noche la pasara en su casa y que al día siguiente podría reemprender su frustrado viaje y así se hizo.

De nuevo en la estación al siguiente día, el viajero en cuestión, vio como otra vez el tren se aproximaba a la parada y empezó a invadirle un sudor abundante y frío con la consiguiente descomposición intestinal, haciendo amagos de dirigirse a los servicios; pero el jefe de estación estaba pendiente de él, como experiencia del día anterior, por lo que lo cogió de del brazo fuertemente, casi obligándole a subir al vagón correspondiente, advirtiéndole: “esta vez te vas a cagar en las dotaciones del tren, porque esta estación no admite a cobardicas como tú”.

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La megafonía ya anuncia la inmediata llegada del TALGO con destino a Valladolid.
Espero que hoy yo no sienta el terror de aquel viajero de “Las Norias” y no tenga que hacer uso de los lavabos, porque para catetos con uno basta.

Ávila 8 de enero 2009
José Ruiz Carrasco

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